Reeducar para gobernar la inteligencia artificial

Por José María Lassalle, director del Foro de Humanismo Tecnológico de ESADE, consultor independiente, analista político y escritor

José María Lassalle

Educar en contacto con la inteligencia artificial es uno de los retos más apasionantes que tiene por delante la humanidad. No olvidemos que hablamos de una tecnología que va más allá de lo que consideramos una simple tecnología facilitadora. Estamos ante una tecnología singular, con características finalistas. Imita las capacidades cognitivas del cerebro humano con el fin de perfeccionarlo y superarlo. Esta circunstancia se traduce en querer sustituir la inteligencia humana para liberarnos de los errores a los que nos aboca apoyar nuestras decisiones en ella. Un empeño que aleja esta tecnología de cualquier otra precedente. Sobre todo porque nos obliga a pensar dónde ubicaremos las capacidades intelectivas del ser humano cuando nos relacionemos con máquinas que tendrán otras muy superiores a las nuestras. Una competencia de inteligencias que operará en muchos ámbitos en los que se han proyectado hasta el momento profesionalmente nuestras capacidades y que estarán en cuestión en el futuro. 

Es un error pensar que las transformaciones socioeconómicas y culturales que introduce la inteligencia artificial en el trabajo, tal y como será concebido estructuralmente bajo el capitalismo cognitivo, serán resueltas de la misma manera que cuando la máquina de vapor provocó la Revolución Industrial. Hay que tener en cuenta, como premisa, que, a diferencia de lo que sucedió en el siglo XIX, la inteligencia artificial no proyecta sus efectos sobre el desarrollo de aplicaciones prácticas que sustituyan el trabajo físico de los seres humanos para canalizarlo hacia el trabajo intelectual. En su caso, la inteligencia artificial opera sobre este último. Lo hace, además, de manera directa. Bien porque sustituye el conocimiento humano, que sustenta las profesiones de la economía de servicios del capitalismo posindustrial todavía en pie, bien porque reduce significativamente la aportación de este a la cadena de valor, que deriva del proceso resultante del empleo de sistemas de inteligencia artificial en plataformas, movilidad, seguridad, derecho, ingeniería e infraestructuras, salud, finanzas o administración, entre otros sectores.  

Una propuesta educativa que permita al ser humano trabajar con la inteligencia artificial debe partir de una premisa: asumir que esta es inevitable

José María Lassalle
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Nos situamos, por tanto, ante un escenario que requiere repensarse y analizarse desde otra mirada. Principalmente porque estamos ante una inteligencia artificial que va adquiriendo capacidades que le permiten pensar mejor en términos estadísticos que la inteligencia humana, al poder procesar una información infinitamente mayor que la que gestionamos con nuestro cerebro. Un empeño reproductivo de la inteligencia humana que anima a la investigación sobre ella desde hace décadas y que ha conducido a los avances extraordinarios vistos en los últimos años. Especialmente en el ámbito de las llamadas «inteligencias artificiales generativas», que han volcado sus esfuerzos imitativos, gracias a procesos de aprendizaje profundo basados en redes neuronales, en ámbitos directamente relacionados con la creatividad humana. 

Una propuesta educativa que permita al ser humano trabajar con la inteligencia artificial debe partir de una premisa: asumir que esta es inevitable. Esto exige del educando una asertividad comunicativa que evite tanto el miedo como el recelo o la sospecha. Algo a lo que debe contribuir la propia inteligencia artificial, que debe diseñarse conforme a modelos de interacción que sean cada vez más amigables, ya que debe tender puentes que permitan socializar su relación con el ser humano, a quien ha de acompañar en un viaje que cambiará la humanidad y la manera de concebirse, incluso, la condición humana. 

Precisamente esta inevitabilidad debe verse como una posibilidad de crecimiento para un ser humano que puede aumentar sus capacidades de liderazgo en los procesos de decisión gracias a ella. Un efecto que solo será posible si no trata de competir con ella, sino complementarla aportando un valor superior. Para ello debe situarse en un plano diferente al de expertos que afirman, pues eso irá haciéndolo cada vez mejor la inteligencia artificial que nosotros. Eso significa buscar otro distinto, colindante con lo que podríamos llamar la sabiduría de la que hablaba Aristóteles. Si la inteligencia artificial es algo que aspira a ser alguien dotado de una consciencia con capacidad cognitiva, que es el fin de la inteligencia artificial general cuando se transforme en una inteligencia artificial fuerte, entonces el ser humano debe educarse para ser su conciencia crítica. Esto es, el supervisor de un ámbito cognitivo que la inteligencia artificial no podrá imitar y que requerirá de la inteligencia moral del ser humano para poder actuar en el desarrollo de su autonomía. Para que esta sea plena en su capacidad operativa, necesitará algo más que una consciencia sintética si llegara a tenerla. Requerirá, también, una conciencia moral. Algo que solo puede nacer de experiencias humanas que tienen que ver con los aspectos que, según Hannah Arendt, definen los fundamentos morales de la condición humana: el dolor, la belleza, la culpa, la responsabilidad, el miedo, la libertad, el amor, la muerte… Una condición humana que necesita ser reeducada y potenciada si el ser humano quiere aportar a ese alguien que puede llegar a ser una inteligencia artificial: una conciencia que la gobierne. 

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